miércoles, 11 de abril de 2012

LOS ILUSIONISTAS DEL DERECHO


CIEN AÑOS DE SOLEDAD.
GABRIEL GARCIA MARQUEZ

A PROPOSITO DEL DERECHO...LA MASACRE DE LAS BANANERAS


Tomada de:  http://comomejorarnuestrasvidas.blogspot.com/2012/03/gabriel-garcia-marquez.html
                                                                                                   


 
Extractos tomados de la obra del Nobel de Literatura Colombiano CIEN AÑOS DE SOLEDAD, el autor mas grande e importante de nuestro país hasta el momento...quien en una hermosa y sabia expresion de lo que acontece en la realidad macondiana exhibe el gran y eterno problema del derecho: La interpretacion, o mejor, como suele denominarla el autor: La Ilusion. 

“Cansados de aquel delirio hermenéutico, los trabajadores repudiaron a las autoridades de Macondo y subieron con sus quejas a los tribunales supremos. Fue allí donde los ilusionistas del derecho demostraron que las reclamaciones carecían de toda validez, simplemente porque la compañía bananera no tenía, ni había tenido nunca, ni tendría jamás trabajadores a su servicio, sino que los reclutaba ocasionalmente y con carácter temporal. De modo que (...) se estableció por fallo de tribunal y se proclamó en bandos solemnes la inexistencia de los trabajadores”


"...Cuando José Arcadio despertó estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y solo entonces descubrió que estaba acostado  sobre los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumarlos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos del banano. (…) Cuando llegó el primer vagón dio un salto en la oscuridad y se quedó tendido en la zanja hasta que el tren acabó de pasar. Era el mas largo que había visto nunca, con casi doscientos vagones de carga, y una locomotora en cada extremo y una tercera en el centro. No llevaba ninguna luz, ni siquiera las rojas y verdes lámparas de posición, y se deslizaba a una velocidad nocturna y sigilosa. Encima de los vagones se veían los bultos oscuros de los soldados con las ametralladoras emplazadas. (…)
–Debían ser como tres mil-murmuró.
 –Qué?
– Los muertos-aclaró él-. Debían ser todos los que estaban en la estación.
La mujer lo midió con una mirada de lástima. <Aquí no ha habido muertos>, dijo. <Desde los tiempos de tu tío, el coronel, no ha pasado nada en Macondo>. En tres cocinas donde se detuvo José Arcadio Segundo antes de llegar a la casa le dijeron lo mismo: <No hubo muertos>. Pasó por la plazoleta de la estación, y vio las mesas de fritangas amontonadas una encima de otra, y tampoco allí encontró rastro alguno de la masacre. Las calles estaban desiertas bajo la lluvia tenaz y las casas cerradas, sin vestigios de vida interior. (…) Informado en secreto por Santa Sofía de la Piedad, a esa hora visitó a su hermano en el cuarto de Melquíades. Tampoco él creyó la versión de la masacre ni la pesadilla del tren cargado de muertos que viajaba hacia al mar. La noche anterior habían leído un bando nacional extraordinario, para informar que los obreros habían obedecido la orden de evacuar la estación, y se dirigían a sus casas en caravanas pacíficas. El bando informaba también que los dirigentes sindicales, con un elevado espíritu patriótico, habían reducido sus peticiones a dos puntos: reforma de los servicios médicos y construcción de letrinas en las viviendas. Se infirmó más tarde que cuando las autoridades militares obtuvieron el acuerdo de los trabajadores, se apresuraron a comunicárselo al señor Brown, y que este no solo había aceptado las nuevas condiciones, sino que ofreció pagar tres días de jolgorios públicos para celebrar el término del conflicto. Solo que cuando los militares le preguntaron para qué fecha podría anunciarse la firma del acuerdo, él miro a través de la ventana del cielo rayado de relámpagos, e hizo un profundo gesto de incertidumbre.
-Será cuando escampe – dijo-
Una semana después seguía lloviendo. La versión oficial, mil veces repetida y machacada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el gobierno a su alcance, termino por imponerse: no hubo muertos, los trabajadores satisfechos habían vuelto con sus familias, y la compañía bananera suspendía actividades mientras pasaba la lluvia. (…) En la noche, después del toque de queda, derribaban puertas a culatazos, sacaban a los sospechosos de sus camas y se los llevaban a un viaje sin regreso. Era todavía la búsqueda y el exterminio de los malhechores, asesinos, incendiarios y revoltosos del Decreto Numero Cuatro, pero los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas, que desbordaban la oficina de los comandantes en busca de noticias.  <Seguro que fue un sueño>, insistían los oficiales. <En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz>. Así consumaron el exterminio de los jefes sindicales"


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